EPISODIO 1: RUTA CONAKRY DAKAR

Volaba desde Dakar.
Había decidido salir el lunes de Conakry,
para subir a tiempo a ese avión.
Más no se podía esperar.
Me preguntaban todos por el día de mi partida, para hacer una despedida. Yo demoré todo lo que pude. No tenía prisa por irme. El domingo, para reservar el billete del coche, me llevó Bob en su brillante moto hasta la estación de Madina. Después ya tomaríamos las habituales cervezas de despedida con los demás.
A pesar de ser domingo el mercado de la Madina seguía bullicioso. Aprovechamos para hacer las compras de encargos. Cerca de casa hay también un mercado, pero aquí encuentras de todo, hay más variedad y color, además está asfaltado. Y si tienes calor el edificio de los bazares es muy fresco
Aparcó la moto al lado del puesto de una vendedora y le dio algún dinero para que se la cuidase. Compré los discos de moda de esta temporada, sin que faltara el de Fode Baró, sus temas se oían por todas partes cuando llegaba la noche. Yanfanté ( “traición” en susu[1] http://www.youtube.com/watch?v=-bfiwY_30sA) y Danka (“maldecir”) No son precisamente los títulos más atractivos, con todos los que tiene sobre el amor. (http://www.youtube.com/watch?v=jGmW0E1p578&feature=related este vídeo tiene peor calidad pero se ven pasos de baile y salen las calles de Conakry) Me los conocía casi de memoria, pero conocerlo, no es suficiente para recordarlo. Necesitaría tenerlo a mano los siguientes meses, como banda sonora de mi vida, hasta mi regreso a Conakry.
Buscamos las telas encargadas, regateando hasta un precio razonable. “¡Es muy caro para una!, ¿si me llevo tres qué precio me dejas?”… “De acuerdo me llevo tres”. En realidad yo ya sabía los precios y tenía que llevarme tres. Al final todo el mundo contento, de eso se trata, pasar un buen rato con el dependiente, reírnos, charlar, regatear, preguntarnos, y al final comprar, así, además tienes un amigo. Ahora tocaba ya ir por el billete. Nos movimos buscando el tenderete de madera que hay en medio del aparcamiento de coches, furgonetas y camiones. Unos coches cargándose de equipajes imposibles, sobre una baca que no existe y sujetos por redes que han colocado los especialistas de una profesión sin nombre. Otros vaciándose de pasajeros recién llegados, mareados por la estrechez de espacio en sus vehículos y las dudas de saber si alguien les reconocerá y recogerá en medio de esa selva de viajeros, vendedores, y mercancías más altas que ellos. Exactamente en medio de esta explanada de olores de frutas y gasoil, estaba el chiringuito que nos indicaron. Un habitáculo de madera, con bancos para que unas ocho personas se protegieran del sol. Dentro, tres hombres mayores bien vestidos para señalar su categoría y una pequeña mesa de oficina de la época colonial francesa. Saludamos en poular: -“On jaaraama”, -“on jaaraama”, Por alguna razón se notaban que eran peul. Como Bob también es peul continuó él con los saludos: -“Tanaa alaa gaa ton?” (¿Qué tal por aquí?) – “Jam tun; onon-le?” (Bien y ¿vosotros?) Bob se fue informando del horario del coche que salía al día siguiente, el lunes. Preguntó por las diferentes rutas que Lamine nos había explicado. El que más hablaba nos mostró el coche en el que yo saldría. Él mismo lo conduciría. Llevaba un traje muy elegante y me dio confianza hacer el viaje con un hombre tan distinguido. Pero como Bob es tan responsable y serio eso no le bastaba, siguió preguntándole. Por el acento se reconocieron de la misma región: -“Ko hoono hodo mon gon innetee?” (Cuál es el nombre de tu pueblo?) - Fria Ah! Eran del mismo, el chófer se mostró muy efusivo. Bob no, pero bueno, él tampoco es así de expresivo. Siempre con la voz templada y educado. Le preguntamos que cuánto se tardaba más o menos. A lo que respondió, eso depende de la voluntad de Dios, de la carretera, del tiempo, de los inconvenientes del camino. Nosotros añadimos, y del coche, que funcione o no. Parecía una premonición. “Ah! Ya veo que vosotros sabéis mucho” añadió.
Compramos el “billete” doble-billete, siguiendo el consejo de mi maestro Ibrahima, que me comentó: “son muchos kilómetros para ir estrecho y es mejor asegurarse las dos plazas”. El vehículo en cuestión era un peugeot-siete plazas, modelos que se fabricaron sobretodo para el transporte en África. La realidad es que son para nueve personas, sin contar el conductor, aunque se llame sept-places. Dos van delante en el asiento del copiloto. Cuatro en los asientos del medio y tres en los asientos traseros. Como no sabes el tamaño de los compañeros de ruta, es mejor asegurarse las dos plazas, tanto si vas detrás o delante. Porque lo que cuenta es el número de personas, no el tamaño, eso ni se mira, ni se comenta, ni se pone una mala cara. Había experimentado en los taxis colectivos lo incómodo que es ir de copiloto con una persona del doble de tamaño que el tuyo propio. Unas cuantas calles no importa. Mil kilómetros, eso es otra cosa.
Seguramente son más de mil kilómetros. En línea recta trazada en un mapa paralela al mar, entre Conakry y Dakar hay unos setecientos kilómetros. Pero como hay que rodear Guinea Bissau y Gambia, hay que hacerse la imagen que esa línea recta es la hipotenusa, y nosotros recorreremos los dos catetos. En un pequeño papel que nos dio como billete, después de soltar los miles de francos guineanos, Bob fue apuntando el teléfono del chófer, la hora de salida, la matrícula del coche, porque por supuesto recibo del dinero entregado no hay ninguno, tampoco hay problemas a ese respecto. Has pagado, pues ya está claro que te irás en ese coche. El trayecto que se pagaba era hasta cerca de Velingara, en Mandaduán, creo o imagino que viene de Manda y adouane, (aduana), son pueblos fronterizos de Senegal, donde hay ferias y mercados importantes y establecen relaciones comerciales gentes de Senegal, Gambia, Guinea-Bissau y Guinea. La licencia de los conductores es hasta los pueblos limítrofes de Senegal. De allí salen los vehículos senegaleses para Dakar. Recogimos la moto y regresamos a su bar. Yo iba pensando que era mi último paseo en moto, con el aire húmedo de Conakry en la cara, con la sensación de que vas a mucha velocidad y simplemente es que no llevas casco. Subimos por los puentes de la autovía recién acabada, desde donde ves los barrios de Conakry, Madina, Matam, Bonfi, Gbessia aeroport, Camp carrefour.
foto tomada prestada de internet, mi imagen diaria
Me acerqué hasta casa para terminar el equipaje. Una bolsa con mis cosas y una mochila con el balafón[2] pequeño que me regaló Siaga, lo protegí con algunas telas y ropas. No quería que se rompiese con el peso de otros equipajes. El momento que me lo regaló fue muy emotivo, él había enseñado y tocado con mis maestros (Fode y Modou). Es muy bueno con los acompañamientos, conoce muchos y muchísimas variaciones. Es de Kindia, pero ahora estaba viviendo con el más anciano de todos, Yeli Fode Camara.
Algunos días Siaga se acercaba a la casa de Fode y si me oía tocar me corregía y me ensañaba. Por eso cuando me dijo que tenía algo para mi viaje, y me entregó el pequeño balafón hecho por él, me emocioné. Al mismo tiempo me vino un orgullo, para mí era un símbolo de admisión, de pertenecer a su grupo de discípulos. De que esperaba que volviese. Le di las gracias aún con mi sorpresa en el cuerpo. Todos los que estaban allí se pusieron a probarlo, yo no me atrevía, por respeto. Cuando Siaga se despidió para retirarse cogí el balafón y me puse a tocar. Lamine señaló: ¡Estás tocando el tema de las bodas de los invitados que se van! Se les agradece que hayan acudido a la boda y han aportado regalos. No lo sé me salió así ¡sin pensarlo!, eran los acordes que sentía. Luego me di cuenta que fue un acompañamiento que me había enseñado el propio Siaga.
Terminé con el equipaje. En el patio se oía las voces de las hijas de Monsieur Diallo, Yaye y Bintu, que cantaban en francés, peul y les escuché una canción susu que les enseñan en el colegio, la canción se ha hecho internacional por el disco de Famoudou Konate, Ritmos y canciones de la Guinea, malinkés y susus: A boron ma? Ma boro ma? Eeeee A boron ma? Ma boro ma? Eeeee E laila! Baga guiné Fare boron ma woto kwi! Eeee (Traducción: ¿Baila ella pues, o no baila? Eeee ¡Eh venga! ¡Las mujeres baga bailan hasta dentro del coche! Eee)
Estaban bailando con las primas, se animaban y se jaleaban con palmas. Yaye con sus dotes de mando casi las dirigía a pesar de ser de las más pequeñas. Se enfada cuando no le hacen caso.
Yaye tiene cinco años, es una niña preciosa, delicada, elegante, sensible e inteligente, nunca he visto a alguien tan pequeño hacer tan bien sus deberes, y tan pulcros sus cuadernos. Cuando me ponía a escribir algunas notas en mi bloc, o simplemente anotaba teléfonos o direcciones, me corregía y me explicaba que hay que dejar margen, tomaba una pequeña regla, trazaba una línea, separaba la fecha, y me subrayaba lo que pensaba que eran títulos. Yo por seguirle subrayaba a ojo, o hacía recuadros de vez en cuando. Dos días antes de irme me la regaló. “Toma, para que puedas hacer bien las líneas.”Supongo que no comprendía que una persona a mi edad se fijara tan poco en esas cosas.
Un día la llevaron al hospital, por la noche no quería cenar, pero con ella es una lucha el tema de las comidas. La noche la pasó vomitando, a la mañana la llevaron al médico. Cuando regresé por la tarde me contaron que estaba mejor, que los medicamentos le fueron bien, allí estaba ella con sus pinturas dibujando. Le pregunté si pasó miedo, cómo fue la visita. Y me lo explicó. Todo, con todo tipo de detalles, jamás he escuchado a una persona mayor una explicación semejante, paso a paso. Cuando tocaba el turno del examen médico se tumbó, me acerqué a ella como me indicaba para seguir los detalles del estetoscopio: “Y entonces me colocaron así, en un sillón alargado, la doctora tenía una bata blanca, se puso unos auriculares en las orejas, me levantó así la camiseta y por el otro lado de aparato había una cosa metálica que estaba un poco fría, la apoyaba y la levantaba sobre mi estómago y mi barriga”…Continuó con las explicaciones, cómo y cuándo regresó a casa, las medicinas recetadas, lo que comió. Todo. Normalmente cuando preguntas a alguien ¿Qué tal?, las respuestas suelen ser un bien, ya ves, tirando, mejor. Pero Yaye no, ella vivía la vida colocando en orden cada novedad de su pequeña existencia.
Me gustaba salir a la terraza y sentarme en la alfombra o en las escaleras para leer. Enfrente había un enorme mango que te ocultaba un poco de la puerta de entrada, y así veía entrar y salir a la gente en el patio. Me quedaba mirando las plantas, o algunos de los animales, los lagartos, los pájaros de colres, los caracoles.
Yaye se sentaba conmigo para hacer sus deberes. A veces estaba con los otros niños sentada bajo el árbol donde recibían las clases coránicas. Hacen sus ejercicios en pizarras pequeñitas, se usan mucho, es la mejor forma de no gastar papel.
Otras veces, nos íbamos a la puerta de la calle, si las chicas habían colocado el puesto de los plátanos fritos, que tanto me gustaban para cenar. Si no me quedaba por la tarde en la casa y al salir me las encontraba preparando el aceite de la sartén, les pedía que me guardaran, que no lo vendieran todo. Se colocan a la puesta de sol, antes de que se hiciera de noche. Los críos corretean delante de los puestos. Y se ponen a bailar si ese día toca electricidad en el barrio, se supone que es un día si y otro no, pero eso nunca funciona, y cada vez que se encienden las luces al atardecer, el grito de todos los niños del barrio, es un grito como si un estadio de fútbol estuviera lleno de hinchas infantiles y de repente, ¡cuando nadie se espera tu equipo mete un gol! YYYeeeeeeeeeeee. Las vocecitas llenas de alegría. Eso pasa un par de veces todas las semanas, recordar ese clamor, que lo tengo en mi cerebro me hace sonreír. A Yaye le da miedo la oscuridad, por eso siempre da esos saltos y baila tanto, hoy puede dormir con la bombilla encendida. Para su madre en cambio, significará que puede planchar toda la noche. Madame Diallo, la madre de Yaye, es de esas mujeres trabajadoras, pendiente de su familia, que sabe cuidar y contentar a todos los que viven en ella, ocupada con las labores, la recuerdo lavando por la noche a la una de la mañana, vigilando a sus hijas quinceañeras para ver con qué adolescentes charlan en la puerta, o tratar con mucho respeto a la madre de su marido, una mujer mayor y enferma, que había nacido en Malí, y fue profesora en Conakry. En su casa preparaba todo para el domingo, día que solían venir de visita su familia o su familia política, quería que las reuniones fueran agradables. Eso sí, cuando se arreglaba para una boda o una fiesta, casi no la reconocía, tan bien pintada, sus collares y pendientes dorados, con los colores del traje vivos, almidonados y el pañuelo del pelo bien colocado, alto, extendido, formando una flor. En esta casa me alojé los últimos días de Conakry, estaba cerca del bar de Bob y de la casa de Fode, donde iba todos los días para tocar el balafón o vaciar calabazas para hacer los balafones, o charlar o escuchar el grupo de percusión que ensayaba al lado, casi todos los que se acercaban a ese patio eran músicos, venían por temas de balafón de Fode o su hermano Lamine. O a la casa contigua, la del director musical de los grupos de percusión Guiné Percussion y Las Amazonas y maestro djembefola[3]. Esta noche de domingo vendrían algunos al bar de Bob para la despedida, Aixa la prima de Bob, que estudia derecho en la facultad de ciencias jurídicas y políticas de la Universidad Kofi Annan, yo me imagino que llegará a ministra, por su fuerte carácter, siempre sabe lo que decir en cada momento, se arregla su aspecto dependiendo de las situaciones, y muy enterada de los temas de gobierno, sindicatos y patronales. No he conocido a otra persona que me explique la política de Guinea. Ella se fue la primera, vive en otro barrio y al día siguiente tenía clase, estaban cerca los exámenes. Modou no podía porque le tocaba trabajar en el turno hasta las seis de la mañana. Por las noches trabajaba de vigilancia en las obras de ampliación de la autopista. Necesitaba el poco dinero que le pagan para pagar el alquiler de sus familiares. Vino Fode, mi primer maestro de balafón con el alegre Baco, Baco había sido bailarín y ahora uno de los mejores percusionistas de Ali Sylla, también vino Daudá, que fue el que puso las primeras baquetas en manos de Modou. Aunque cada vez que Fode me nombraba o me contaba algo de Daudá yo pensaba siempre en Daudá, el niño de 12 años que vino del pueblo, estaba de aprendiz y me acompañaba casi siempre en las clases con Modou, aprendía muy rápido, yo le consultaba al quedarme repasando. Descansábamos cuando pasaba por el patio la mujer que vendía ñame, sabía que siempre comprábamos algo para desayunar, ella nos cortaba de gran la raíz que traía, primero en rodajas, y luego sobre un papel lo troceaba y le echaba un poco de sal. Nosotros lo repartíamos entre todos los que estaban por allí. Llena bastante, y aprovechábamos para entretenernos charlando, un cigarrito los que fumábamos, hasta que Modou comenzaba a tocar o a enseñarnos un ritmo nuevo. Los viernes no se tocaba a partir de las doce del mediodía. La casa estaba a los pies de la mezquita. Y a partir de esa hora no se toca ni hace mucho ruido por respeto. Un viernes, al acabar la clase, nos fuimos los tres al mercado para comprar sandalias a Daudá, ellos dos iban bromeando todo el tiempo, la mitad no les entendía, pero nos reíamos mucho, la gente se quedaba mirando a ese trío de diferentes edades que congeniaba tan bien. Sabía que le apreciaba, cuando podía le regalaba algo, una camiseta, un pantalón, por eso se sintió con confianza suficiente como para contarme que quería presentarse a la fiesta de los chicos de su edad, pero no tenía dinero para la entrada. Confiaba en mí, yo iba a acompañarle, pero la fiesta era al fin de semana siguiente de mi partida. Lástima, no podía quedarme, el avión tenía que cogerlo el jueves. Me costaba irme, no me imaginaba romper con la rutina a la que me había acostumbrado. Al salir por las mañanas para ir al barrio de Fode, me encontraba siempre con la misma gente, hacíamos los saludos correspondientes. Si me retrasaba algún día ya me preguntaban ¿qué te ha pasado? Y yo también preguntaba por alguien que no hubiera visto esa mañana, así poco a poco con más confianza con algunos. De esos me despedí. Los más graciosos eran los niños de dos y tres años, demasiado pequeños para ir al colegio, pero preparados en las puertas de sus casa, viendo pasar a estudiantes y desando crecer para hacer ellos lo mismo. Coger una mochila a la espalda. Como hacía Bintu cada vez que sus hermanas se ponían el uniforme y cogían los libros. A ella le ponían una mochilita más grande que ella y se acercaba a la puerta de la calle. En mi recorrido, según me saludasen yo contestaba, en pular a las mujeres de los primeros puestos, donde se vendía el carbón (tigé), en susu, cerca del mercado y a Fatu la modista, en malinké, en francés y en inglés si era gente de Sierra Leona o Liberia, como el barbero. Pasaba delante de dos colegios, uno público, con su uniforme marrón y su babi de cuadros blancos y rojos, o azules; el otro franco árabe, solía pasar cuando estaban cantando, si no les oía es que iba más tarde de lo habitual. A partir de ahí me desviaba hacia la calle principal, me acercaba escuchando los golpes de la “fábrica de cocinas” y barreños hechos de lata cerca de la autovía. Algunas veces tenía que pasar por algún recado al taller de fundas de djembé y balafón de Aladjie, o para ver como iba la mochila especial que me estaban preparando, ya conocía a los chavales que trabajaban con él y de vez en cuando bromeábamos. Les pedí que me pusieran el diseño del Nimba[4] con los colores de la bandera de Guinea, rojo, amarillo y verde. En este recorrido había muchos trabajadores y estudiantes que se acercaban a la autovía, cogían los taxis o magbanas (furgonetas) repletas, qué suerte que yo podía ir andando. Por el camino había muchos puestos, proclamaban su mercancía para atraer clientes: ¡Lefuré (naranjas) togolé (huevos) kansí (maní) banana! Me detenía siempre en el mismo, una mujer mayor que era la única que tenía palomitas de maíz, a veces turrón de maní, o mijo con miel. Comparaba algo para los niños, nos lo comíamos esperando a comenzar la clase. Cuando llegaba al patio siempre estaban tres o cuatro trabajando en algo, calentando el hierro para hacer los agujeros en el cuadro del balafón, o cortando el bambú, o lijando las láminas. Llegó la mañana de la partida. Dejé el cuarto recogido y me despedí de la familia Diallo. Yaye no se esperaba mi marcha, se enfadó y empezó a llorar. Hubiera preferido no encontrarla despierta, pero ella madruga para preparar sus cosas del colegio. A las siete llegó Modou para ayudarme con el equipaje, venía directamente de su turno de noche. Llamé a Bob como me dijo, de paso le comenté que no estaba el coche de Lamine con el que iríamos a la estación. Vino rapidísimo y preocupado, normalmente Lamine antes de la hora. Ya no recuerdo qué fue lo que le ocurrió. Llegó a tiempo. Entre tanto Madame Diallo se acercó con Yaye aún llorosa, porque quería despedirse y oírme decir lo que le dijo su madre, que en tres meses volvería. En la carretera esperaba Fode con su moto de la que nunca se separa y al igual que Bob siempre la tiene limpia y brillante.
Solo que en la de Fode quedaban marcas de cuando había estado llena de los adornos del Sily Nacional, el equipo de fútbol guineano, eliminado de la copa de África en el cuarto partido. Fueron días de euforia al ganar a Marruecos, frente al que históricamente siempre había perdido. A parir de ahí, la música en altavoces enormes de los barrios sonaban al máximo de potencia, todos se preparaban adornos, lazos, pendientes, collares, sandalias, ropas con sus colores nacionales para seguir los partidos por la televisión. El gobierno prometió electricidad en todos los barrios de la capital los días que jugaba el Sily [5]Nacional. Cuando perdió 0 a 5 con Costa Marfil, esa noche se quitaron los adornos, rasgaron vestiduras e incluso se hicieron hogueras donde las sandalias de plástico rojas verdes y amarillas fueron las primeras en quemarse. En mi mochila pequeña aún quedaban las cintas de colores. No se las quité cuando hice el equipaje.
la foto anterior es prestada de internet, como se dijo antes, aquello que ves tan normal cada día no se te ocurre fotografiarlo. Por eso sí hice la foto de los 3 goless del Sili National
Apareció Lamine con el coche. Nos subimos Lamine, Bob, Modou y yo. Fode nos siguió con la moto. Por el camino llevamos hasta Madina gente que conocían ellos y les vieron en el borde de la autovía, esperando encontrar taxi o cualquier vehículo para ir a su trabajo o al centro o al mercado. Eso me gustó, hacía que fuese rutinario mi desplazamiento. Ya en Madina, fuimos directos hasta los coches que van a Senegal. Ahí estaba el coger. Al principio no le reconocí, estaba muy abrigado y con ropa vieja y de trote. No parecía el mismo hombre al que le compré el billete ayer. Era la primera de los viajeros en llegar. Los coches no tienen una hora fija de salida. La hora la fija el estar completo, si se cumple a los diez minutos, pues del tirón se sale. Estaban subiendo y bajando equipajes de un coche a otro. Por lo visto en el último momento se cambió el coche. No salíamos en el que vimos ayer. Eso no le gustó mucho a Bob. Cambié dinero en Cfas, el franco de Senegal, quería tener el dinero preparado para el siguiente trayecto hasta Dakar. Empezaron a subir los equipajes, cuando el conductor vio los míos dijo que tenía que pagar. Ah! De eso se suponía ya estaba todo hablado. Bob se enfadó mucho, porque para eso se pagaban dos billetes, pero el chófer gritaba más, y ese no es el estilo de Bob. Yo me había quedado ya sin francos, se supone que no necesitaba más. Había guardado algunos francos guineanos para el viaje, podía darle algo, pero no todo. Fue Bob el que cogió lo que faltaba de entre lo que le entregué para pagar el desplazamiento. Me dijeron que guardara dinero para comer por el camino y antes de la frontera. Volvió a apuntar la matrícula del nuevo coche. Ya estaba todo hecho por nuestra parte. Fode y Modou no resistieron cuando pasó el vendedor de gafas, y empezaron a probarse unas cuantas. Siempre hacen lo mismo, les encanta. Entonces reconoció un amigo de su querido balafonista de Dakar, que había muerto hace un año. Se saludaron efusivamente. Resultó que había venido un mes a ver a su familia de Guinea y regresaba a Dakar, donde se había casado y tenía ya seis hijas. Íbamos en el mismo coche. Fue una suerte. Porque ya tenía alguien con quien compartir después el siguiente tramo, y no perderme en elegir qué vehículo para llegar a Dakar. Su nombre es Papa Camara. Llevaba para su casa un tresillo completo. El sofá y los dos sillones. Era lo que estaban subiendo en el equipaje. Impresionaba ver cómo se podía colocar tanto encima del Peugeot. Dos tercios del volumen correspondían a lo que estaba encima del vehículo. Había mucha gente alrededor. Yo no sabía quienes eran los que íbamos a viajar en ese coche y quienes acompañantes, o vendedores, o la gente que cambiaba el dinero, o los que se encargaban de montar el equipaje. O de quienes eran de los viajes a otros destinos. Con todo se fue retrasando la salida. Me despedí de Bob y Lamine. Bob tenía que regresar para recoger al chico que le llevaba la tienda. El chófer me mandó subir, me despedí de Fode y Modou, se quedaron por ahí cerca, me dijeron que seguirían al coche con la moto, se supone que pasaría por su barrio para ir en dirección a Dubreka. Me coloqué en el asiento de copiloto. Poco a poco fue entrando otra gente. No me fijé mucho, estaba pensando que ya llegó la hora, que me iba. Un movimiento brusco me sacó de mis ensoñaciones. El chófer estaba acelerando en medio de la maraña de gente, productos, vehículos. Debe ser esa la forma de que te hagan sitio. Lo primero era tomar la cuesta para llegar a la autovía. Cuando de repente la deja se para y se baja. Le vimos hablar con otros hombres, entrar en una oficina y regresar con algunos paquetes. Todos estábamos callados. Cualquiera decía nada con el temperamento y forma de conducir que se le veía. Nos pidió disculpas por la espera y siguió hablando en su francés rápido, lengua oficial de Guinea y del territorio de nuestro automóvil. Desde luego aburrir no nos iba a aburrir. Miré por el espejo retrovisor, la moto de Fode con Modou nos había perdido. Yo ya me estaba yendo, ya no habría más despedidas. De todas formas el conductor había cambiado la ruta. No cogió la autovía directamente.
Para poner como música de fondo:
http://www.youtube.com/watch?v=tl0DHxeFedo (MI imagen de Conakry es más cercana, esto es muy distante de la gente. ES la parte de la ciudad que está cerca del puerto pesquero. La menos verde. Pero merece la pena escuchar el sgundo tema, es Salif Keita)
Callejeó el chófer con lo cargado que iba el coche, eso me gustó porque pasamos por algunos barrios que yo no conocía, supongo que quería atajar. Conakry se me aparecía más grande todavía. Es una ciudad formada por muchísimos barrios, casi todos los edificios de casas de una planta, por eso es tan alargada. Se extiende a lo largo de kilómetros, entre las autovías y por las colinas. Cuando vas por uno de los barrios altos se pueden ver las casas de las diferentes colinas hacia el este, y al suroeste todas las marismas y los manglares, con esa neblina de la humedad que sale en medio del verde de la vegetación y tanto contrasta con la tierra roja de las calles por donde pasamos.
http://www.youtube.com/watch?v=s0NaLt_J-QM&feature=related encontré este vídeo muy real de la parte de obras, donde en próximos años habrá una autopista. Wongae que dicen al principio significa ¡venga, vamos!
Según la leyenda, en la isla de Tombo, que está cerca del puerto actual, había una ceiba gigante o fromager como se dice en francés. Meterte entre los laberintos de la base de su tronco hace que te sientas protegido y bendecido. Bajo sus ramas un hombre Baga había construido su cabaña.
(foto prestada internet)
Su nombre era Cona. Los palmerales que él cuidaba, producían el mejor vino de palma de toda la zona. A la gente de Kaporo le gustaba ir a beber y quedarse bajo su ceiba. Ellos decían así: “eh! Me voy a casa de Cona, a la otra orilla (nakiri)” Por contracción de Cona nakiri, nació Conakry.
Los primeros blancos que divisaron estas costas, fueron los portugueses en 1460 dirigidos por el navegante Pedro de Sintra. En 1463 el veneciano Ca´Da Mosto relataba así su viaje: “Capítulo II: De un lugar llamado cabo de Sagres, de la fe, de las costumbres y de la manera de bogar de sus habitantes. Tras doblar el cabo Verga, ochenta millas más lejos, aparece otro cabo, era según dicen el más alto que jamás habían visto, en medio del cual se elevaba sobre la tierra firme una cúspide a la manera de una punta de diamante. Este cabo está cubierto de árboles verdes muy altos. Lo han denominado cabo de Sagres de Guinea, como el cabo del sur de Portugal, del latín promontorium sacrum. Los habitantes adoran estatuas de madera en forma humana y les ofrecen de alimento una parte de sus comidas. Por eso los marineros han concluido que estas gentes son idólatras” Está hablando de las máscaras tradicionales y estatuas de la fertilidad en las ceremonias agrícolas, la recogida de la cosecha de los Baga, las máscaras D´mba o Nimba. También explicará: “Se alimentan de arroz, de mijo y de legumbres diversas como habas y judías, de una calidad diferente a la nuestra, más grandes y más hermosas. Tienen carne de vaca et de cabra, pero en pequeña cantidad. Los ribereños de los ríos usan almadies (grandes piraguas que pueden llevar de treinta a cuarenta hombres cada una. Ellos bogan de pies con varios remos, sin horcaduras o apoyo” .
Pero lo más curioso es su descripción de los piercings, teniendo en cuenta que en Guinea no se ve ninguno, esta descripción podría ser de un visitante paseando por una capital europea, son los blancos europeos los que más los utilizan. Así describe el navegante veneciano en el siglo XV: “Estas gentes tienen la costumbre de tener las orejas perforadas de agujeros, de las cuales cuelgan diferentes anillos de oro, unidos unos a los otros. Tienen igualmente la nariz agujereada por debajo y por medio, de la cuelgan un anillo de oro, como nosotros hacemos en nuestra tierra con los búfalos. Cuando quieren comer retiran estos anillos. Los hombres los llevan tanto como las mujeres. Parece que las esposas de los señores o personas de alguna importancia tienen los labios atravesados de agujeros de la misma forma que en las orejas para señalar su dignidad o condición superior. Anillos que ellas ponen y quitan según su buen placer” Durante estos siglos no hubo un puerto importante no existía la urbe Conakry. La historia de la ciudad de Conakry comienza con la toma de la Isla de Tomo por parte de los franceses, el 8 de mayo de 1887. Pretendían fundar la capital de la colonia de « Les Rivières du sud » como denominaban por entonces la costa de Guinea. Comienzan las primeras construcciones. En 1885 había trescientos habitantes repartidos en dos pueblos, Conakry y Boulbinet, y otros grupos dispersos de cabañas. La ciudad más grande era Dubreka en el interior. Entre 1889 -1895 fueron concebidas las primeras calles. En 1904 la ciudad tenía ya diez mil habitantes, los “Conakrykas”, y unas centenas de europeos (“foté” en susu). La capital continuó desarrollándose durante la época de entreguerras. No es hasta después del cuarenta y cinco que comienzan con fuerza los trabajos ligados a la explotación minera (el hierro de Kaloum y la bauxita). El ferrocarril prácticamente lo acapara la extracción minera, y no existen vagones de pasajeros. Aunque en una época lo hubo hasta Kankan. En 1955 se acerca a cincuenta mil habitantes. Las vías de tren sirven para atajar y caminar de un barrio a otro. El horario de los trenes lo conoce todo el mundo, y se han ido formando pequeños puestos a lo largo de la vía del tren. En 1997 la aglomeración se extiende hasta el Km. 36, con más de un millón de habitantes. En el año 2000 sobrepasa los dos millones de habitantes. A partir de 1991 la ciudad de Conakry está dirigida por un Gobernador, dividida en cinco municipios con un alcalde: Kaloum, Dixinn, Ratoma, Matoto, Matam. Cada municipio se divide en barrios y los barrios en sectores. A los sectores es a lo que yo llamo barrios, porque son suficientemente grandes para tener identidad propia. Los que yo más conocía eran Dixinn, Matoto y Matam.
Me di cuenta que no conocía el nombre del hombre en cuyas manos estaríamos durante treinta y seis horas. Recordando lo poco que sé en pular le pregunté su nombre: -“Ko honno innetedon?” -Ko Monsieur Bah mi innetee Para qué dije nada. Se alegró tanto que le hablara en pular. Decía que pocos en Conakry que no la tengan como lengua materna quieren hablarla. Mientras les echaba las indirectas a los demás pasajeros, yo pensaba que en realidad es la más diferente de la zona de África del oeste, como el wolof, porque no pertenecen a la rama mande como el malinké, el mandinga, el susu, el yalunka, el djola, el bambara, el soninké, el mende. A lo largo del viaje M. Bah, poco a poco me iba diciendo frases cada vez más largas en pular, y pasadas unas cuantas horas, me hablaba directamente. Yo ya había utilizado las que conocía, me quedaban por usar “n yango, o n bimbi”, que había escuchado para decir hasta mañana o buenas noches, y ahí no veía yo ocasión como para usarla, también me quedaba “Min kadi”, que significa yo también, a esa frase le veía más futuro. Lo único que podía hacer era asentir con la cabeza según su entonación, que para eso era un hombre muy expresivo y se le intuía. O esperar que hiciera el mismo comentario en francés a los demás compañeros.
En un momento llegamos al cruce de caminos, Transis, el final del departamento de Conakry. Transis no viene de tránsito, sino del sonido fonético de treinta y seis en francés, porque corresponde al Km. 36 de la autovía Nº1. La semana pasada fue allí cerca la boda de la hermana pequeña de Fode, y a Fatuo, su mujer, le tocó ser la madrina. Eso implica mucho trabajo, porque le corresponde organizar bastante en la boda. Yo fui el último día de los tres de celebración, el que a la novia le gusta vestirse con el vestido blanco de las novias occidentales. Una de las hijas de Fode, se ocupaba de la cola, estaba muy formal, en su papel. A los pequeños no los llevaban. El formidable Olu, de tres años que camina como un hombrecito, y está siempre imitando los trabajos de su padre. Y la pícara Mamma, que le encanta posar cuando ve una cámara. Cuando llegué me la encontré llorando, no iba a la boda porque necesitarían que alguien se ocupara de ella. Su padre tocaba con los músicos, su madre organizando con los invitados y la novia, la hermana al lado del vestido de la novia. Les convencí a los padres que yo me ocuparía. Y rápidamente se fue a poner el vestido naranja. Aún tenía las trenzas con los adornos de la anterior boda en Sangoya. Esta vez Fatumata no cantaba, lo haría su amiga. A mí me gusta, cuando están las tres, Adama, Fatu y su amiga que no recuerdo el nombre porque sé que era complicado. Cada una tiene un tipo de voz diferente y se van alternando. Hubo música un par de horas, mientras bailaban algunos invitados, y la tía mayor se había colocado los billetes adornando su vestido. La bandeja la colocaron los músicos delante para ver quién se iba animando a echar, se acercaban las amigas ay familiares bailando despacio en grupo, rodeando a la novia. Pero los músicos pararon pronto, cerca había una cabaña-bar y allí fuimos a tomar el blanco y espumoso vino de palma. Las nubes negras que habíamos visto al ir al pueblo se juntaron definitivamente, se formó una tormenta de las fuertes, rápida y repentina, ocurren a veces en la época seca. Hubo que guardar el equipo y los instrumentos para que no se estropeasen con el agua, y antes de que se hiciese de noche volvimos todos a Conakry. Por Transis ya había pasado varias veces, casi siempre en busca del viejito que fabrica las baquetas de caucho para el balafón. Primero saca con un cuchillo y zumo de limón el líquido del árbol, le da forma como cintas blancas, después sobre un palo de madera va rodeando la punta y forma una bola que parece va trenzada, pero no, es una colocación meticulosa de las vueltas. Las baquetas nuevas desprenden luz, con el blanco entre transparente y brillante. No puede uno imaginarse que esa cinta se obtiene de un árbol. Con el tiempo, a base de tocar, esas láminas de lazo finas se funden y se oscurecen hasta parecer sacadas de las llantas de una bicicleta o del neumático de un coche. Yo llevaba en mi mochila varios pares para los balafonistas que conocía en Senegal.
Cuando salimos de Transis, M. Bah compró pan y agua a la gente que se acerca a los coches para vender sus productos. Es muy cómodo sin tener que bajar del coche. Él se bajó hasta un puesto, esas pequeñas tiendas cerca del andén que tienen de todo: linternas, recipientes de plástico de colores, pilas, tarjetas de teléfono, espiral de incienso contra los mosquitos, velas, y todo tipo de latas de conservas. Se compró un par de latas de sardinas. Algunos viajeros sacaron la mano para llamar a los muchachos que vendían, compraron agua, pan, galletas. Yo hice lo mismo, no porque lo hicieran ellos, sino porque pensé que lo mejor en un viaje de tantas horas, era tener el mismo ritmo que el conductor, que es el que iba a decidir cuando se para a comer o a lo que sea. Comer cuando él come, aunque no tenga hambre, porque no tenía ni idea cuando sería la siguiente vez que parásemos.
Se subió al coche y a toda velocidad seguimos, al pasar cerca de un puesto de policía le dieron el alto, él no hizo caso y seguimos. Pero la policía ahora tiene mejores coches y a los cinco minutos nos seguía uno. Nosotros callados, veíamos que no tenía intención de parar. Los policías pensaron lo mismo, aceleraron y se pusieron en paralelo. A los pilotos parecía darle lo mismo que fuera una carretera de dos carriles y dos sentidos. La policía rozó al coche, y nos sacó a la cuneta. Eso sí que no, su coche lo primero. Frenó rápidamente y un poco más adelante lo hizo la policía que no frenó tan bruscamente. Se bajaron del coche y se acercaron a Monsieur Bah, él no se bajó hasta que se lo indicaron. Le pidieron los papeles, y dijo que los tenía en regla, que no había hecho nada y no tenían por qué inspeccionarle. Los policías insistían y él nada. Estas escenas ya las había visto alguna vez y es cuestión de quién tiene más aguante o tiempo para estar esperando. Le amenazaron con llevarle a la comisaría pero él ni se inmutaba. De pronto le dijo el policía con más graduación: “¿Es que lo que quiere es que me ponga de rodillas para pedirle los papeles?” ¡Ajáa, esa era la frase que M. Bah estaba esperando! Toda su templanza y firmeza hasta ese momento explotó. “¡Qué me han dicho! ¡Me están insultando!”, gritó, se quitó el gorro redondo y blanco que cubría su cabeza y lo tiró con fuerza. ¡A mí, que soy un hombre mayor! Señalaba sus pocas canas y se frotaba la cabeza como si quisiera despeinarse. Me han insultado, a mí y a todos mis mayores. Los policías no sabían qué hacer, les cogió por sorpresa ese estadillo de ira. Él mientras seguía con su número. Se ponía de rodillas y gritaba. “¡Que yo les he dicho que se tienen que arrodillaaar! ¡Mi familia jamás permitiría eso! ¡Tradiciones enseñando respeto!” Estaba de rodillas y no sabíamos si gemía, lloraba o rabiaba. Los pasajeros en el coche seguíamos mudos. Nadie hizo un comentario. Todo el mundo ha vivido estas situaciones, lo único que tan solo llevábamos cuarenta kilómetros recorridos. Dos de los chicos que viajaban con nosotros habían salido a estirar las piernas, sabían que esto podía ser largo. La parafernalia surtió efecto, los policías se acercaron para tranquilizarle y entonces él fue al coche y sacó una carpeta con papeles doblados y algo desordenados, estuvieron charlando, tranquilamente pero aún compungido colocó los papeles sobre el capó del coche de policía, y fue mostrando sus documentos. Lo siguiente que vimos fue que volvía hacia el coche como si le costase caminar y triste, pero sin haber soltado un solo franco. Cuando abrió la puerta del corche, su gesto su porte y su voz volvió a la normalidad. Les dio una voz a los que estaban fuera: “¡Eh vosotros al coche o se quedan aquí! Reaccionaron rápido y casi a empujones entraron para colocarse en sus asientos. Arrancó, y en dos minutos por supuesto que íbamos a la misma velocidad de antes. Hay que reconocer que conducía muy bien, eso no se podía discutir, la manera de cambiar las marchas, esquivar los baches, adelantar, tomar curvas, subir las cuestas y controlar el peso y volumen del peugeot sieteplazas estaba claro que era lo suyo. Hacía que fuera muy fácil. Si en medio de una tormenta de viento y olas bravas, a él le entregaran un barco para llegar a buen puerto, seguramente todos los que íbamos en el coche, nos subiríamos en el barco que él fuera el patrón. Tendría el carácter que tenía, pero nosotros nos sentíamos seguros y confiados en que él haría todo lo posible para lograr que cogiéramos a tiempo un medio de trasporte y llegar a Dakar. Después del encuentro con la policía se ve que le entró hambre porque nos pidió que le preparásemos un bocadillo con el pan y las sardinas. El ambiente era más relajado y comenzábamos a charlar y preguntarnos de dónde éramos cada uno. Empezaba a escuchar los idiomas de cada uno, hablaban unos en susu, otros en wolof, en malinké, entre varios en francés, y con el chico de Sierra Leona en inglés. Y con el pular del chófer ya eran seis idiomas entre diez personas. Un micromundo de la realidad de Guinea
Imagen cotidiana en la carretera, con las montañas de Dubreka al fondo. Nosotros llevábamos sofás. Foto prestada de internet, era esto tan normal que ni hice fotos
Nos acercábamos a Dubreka (Km. 51). Allí suele haber algún puesto de los militares. Tendríamos otros cuatro a lo largo del viaje. Tienen una cadena o una cuerda atravesando la carretera, para levantarla cada vez que llega un vehículo con pasajeros o mercancías. Cuando llagamos nos tocó el control M. Bah esperó dentro del coche, pero cuando se acercaron los soldados y nos vieron tan variados y con tanto equipaje decidieron pedir documentación. Empezamos cada uno a buscar nuestros papeles, unos, pasaporte, otros documento de identidad, otros fotocopias compulsadas. Entonces salió M. Bah del coche y en vez de dárselo a los soldados, los cogió él y se fue dentro del puesto con todos nuestros trocitos de identificación. Si empezaban cada soldado con cada uno de nosotros se demoraría más. Así que lo más práctico fue lo que hizo. Fue directo a buscar el militar de graduación más alta. En dos minutos estaba fuera y arrancando. Pasamos por la estatua de las palomas y el arco de Dubreka, cerca está la mezquita que construyó el actual presidente, también están las plantaciones de su primera esposa a los pies del monte Dixinn.
Dubreka es un buen lugar para los mandatarios, tranquilo, en el interior cerca de los ramales de los ríos navegables hasta el mar, no muy lejos de la capital, y cruce de carreteras importantes. Hay razones históricas para ello. La zona de Conakry dependía del reino de Dubreka. La región estaba por aquel entonces habitada por los Baga. Acogieron en el siglo XIII, a los Susus, venían del norte del Impero Mandinga, tras la destrucción por Soundjata Keita, de su capital sobre el Níger (nombre europeo del río Djoliba). A partir del siglo XVI se desarrollan diversos reinos Susus, El Reino de Río Pongo, y el de Dubreka el más importante. Fue fundado hacia el 1600 por un susu cazador de elefantes, Soumba Toumamy, que librará a los Baga de los saqueadores, en agradecimiento le proclamaron rey. Sus descendientes reinaron hasta la conquista colonial en 1890. El último rey, Balé Demba, acordó una concesión a los franceses en la isla de Tombo. Salir de Dubreka fue por fin tener la sensación de estar en ruta, de ir dejando las cabañas de pequeños poblados, ver cerca de la carretera las mezquitas, construcción más importante de cada pueblo, algunas a medio construir en espera de los donativos de sus creyentes, o del dinero de los inmigrantes que sus familias ofrecen para dar gracias. Los bosques de palmeras, las vacas y las cabras que encontramos pastando por el camino. Los habitantes desplazándose a pie, cargados con la leña para las cocinas. Los niños que salen de las escuelas y regresan a sus casas. Así seguíamos tranquilamente durante más de cien kilómetros hasta que se le fue cambiando la cara a Monsieur Bah. Después de una pequeña cuesta, se acerca a la orilla y para el coche. Nos pide que busquemos piedras para sujetar las ruedas del coche, que salgamos todos, tiene algo que comprobar. Por supuesto salimos todos corriendo. Las mujeres para un lado y los hombres para otro, llevábamos cinco horas en el coche desde que nos mandó entrar, cuando estaba aparcado en la Madina en Conakry. Y no se sabe cuando sería la siguiente parada. Nuestro conductor, que yo no entiendo por qué llevaba tanta ropa puesta, se metió con camiseta, camisa, chaqueta y parka debajo del coche. Era mediodía, y el calor apretaba. Cogimos nuestras botellas, galletas y nos pusimos lo más pegaditos a la ladera del terreno, que era la única sombra. Preparación de las abluciones para la oración, y momento de rezo. Se detuvo el coche que salía dos horas más tarde que nosotros de Conakry, con la misma ruta. Paró su chófer para ver la avería y sus pasajeros aprovecharon también el momento, hicieron lo mismo. Cinco minutos para oraciones, beber, estirar piernas, servicio, comentarios y se fueron. Pero para el vehículo número uno que éramos nosotros, no fue esa la única vez se rezó cerca de Boké, dio tiempo a rezar en el mismo lugar dos momentos más de los cinco de la religión. Se habían roto los amortiguadores.
M. Bah con un coche a buscar dónde comprar amortiguadores. Nos prometió comida y tabco. Y efectivamente llegó con un plato de yeetinsé (arroz y encima salsa picante con pescado). ¡Ah, y el paquete de tabaco! Nos lavamos las manos, nos sentamos y nos pusimos cómodos sobre las hierbas secas a la sombra que daba el coche, y a comer. Maama, una mujer grandota que ahora vivía en Dakar, su hija Aixa de quince años, Papa Kamara, Mohamed de Sierra Leona, los otros chicos que al principio no tenían hambre, cambiaron de idea al ver que no se sabía el tiempo que nos quedaba por estar en la carretera.
LLEGADA EN AVIÓN A CONAKRY: http://www.youtube.com/watch?v=gqVhxGpaQcc&feature=related [1] Susu: Uno de los diez idiomas de Guinea. Los tres mayoritarios son Susu, Mandinka, Poular [2] Instrumento de percusión de láminas de madera, con calabazas debajo de cada madera que funcionan de resonadores, se toca con dos baquetas de caucho. [3] Djembefola: El que toca el Djembé, instrumento de percusión de un parche, como el balafón, extendido en todo el áfrica del Oeste [4] Nimba: Máscara escultura de la agricultura de los Baga de Guinea, símbolo de fertilidad y prosperidad. Nombre del monte más alto de Guinea en la frontera con Liberia. [5] Sily: significa elefante en susu, fue nombre de moneda en tiempos de Sekou Touré, al que también llamaban “Le grand Sily”

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